HERÁCLITO
La arrogancia es el signo distintivo de muchos grandes personajes de
la historia de la humanidad, aunque algunos dirán que simplemente es la envidia
de los de baja estofa la que les tilda de arrogantes. De hecho, si Alejando
Magno dijera que fue el dueño del mundo, ¿habría que decirle que es un
arrogante o simplemente admitir que es una descripción bastante aproximada de
lo que ocurrió? Bien, de todas formas, este no es el caso de Heráclito, la
persona de la que queremos hablar hoy. ¿No nos creéis? Pues a ver si os
convencemos con sus propias palabras: «La erudición no enseña a tener
entendimiento. Pues, en ese caso, se lo habría enseñado a Hesíodo y a
Pitágoras, y también a Jenófanes y a Hecateo».
Así, de un plumazo, ha llamado personas sin entendimiento —yendo al
espíritu de sus palabras, les ha llamado imbéciles— a los grandes eruditos de
su época. O, cuando menos, a unos cuántos de los considerados como tales.
También dijo de Homero que habría que apalearlo y expulsarlo de los certámenes
de poesía. Sí, al mismísimo Homero, al padre de la Ilíada y la Odisea.
Por otra parte, y por terminar con la cita anterior, Heráclito llamaba
sabiduría a «conocer el designio que lo gobierna todo a través de todo».
Y siguiendo con su arrogancia, mientras de joven solía afirmar no
conocer nada, al ser adulto, cambió el chip y comenzó a decir que lo sabía
todo. De la misma forma, también aseguraba que no había tenido maestro alguno,
aunque algunos afirmaban que había sido alumno de Jenófanes. Sí, el mismo del
que en la cita anterior aseguraba que no tenía entendimiento…
El fuego lo es todo
Al margen de estas boutades, Heráclito tenía una concepción bien
definida de cómo era el mundo. Concretamente, según él, el fuego es el primer
elemento del que todo parte, siendo todas las cosas modificaciones suyas. Así,
cuando se condensa el fuego, se humedece y concentra, convirtiéndose en agua; y
al solidificarse ésta se convierte en tierra.
Así de simple, todo es fuego. Claro, que esto no sea verdad no lo
sabía él en su momento, y tampoco es plan de echárselo en cara, por mucha
arrogante que fuera.
El río que no es igual a sí mismo
Aunque su anterior idea no esté vigente en la actualidad, de la que si
no renegamos es de su famosa metáfora del río que fluye. A saber: «En los
mismos ríos entramos y no entramos, [pues] somos y no somos [los mismos]».
Tanto el río como el yo es por un lado igual, como diferente, por otro. Estamos
en continuo cambio, como decía Bertrand Russell cada segundo entran y salen de
nosotros miles de miasmas —tampoco olvidemos que Hume aseguró que no hay un yo
como substancia—, por lo que somos y no somos los mismos. En definitiva, todo
fluye, todo está en continuo cambio.
Una idea francamente evocadora, y que ha sido y es utilizada tanto por
muchos pensadores como, por ejemplo, campañas publicitarias.
Imagen: biografiasyvidas.com
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